Estos burritos que descansan, ahora en las cualquier era, establo o terreno del término de Pozoantiguo, traen a mi memoria los más tiernos y nostálgicos años de mi niñez.
Pozoantiguo es mi pueblo, en él nací, di mis primeros pasos y correteé hasta los tres años. En Tierra del Pan, a 8 Km de Toro, rozando la Tierra de Campos pasé muchos veranos, disfrutando de mi pueblo cuyo antiguo nombre fue el de Pozaltrigo debido a su alta producción de trigo que alcanzabann sus terrenos, al ser ricos para la producción de cereales, trigo, cebada, avena, centeno ...
Para una niña encajada en el Madrid de los 50/60, los veranos desatados en el pueblo eran días de júbilo, de clases vivas, de aprendizaje activo, de experiencias no programadas, pero de excelentes resultados.
Pasaba del pálido color de la capital al negro atizonado campesino, sólo refrescado por la nivea de caja azul, de las prisas y estrecheces del metro, al descontrol y la calma de las eras, los melonares, las viñas, los pinares y los paseos en burro. Mis excursiones preferidas eran al arroyo de Adalia, que ahora sé que además de dar nombre al término y al monte cercano goza de las más puras reminiscencias de los árabes, llegados hasta estas tierras.
Allí había una finca con buchina y bajo la sombra de una enorme higuera chapoteé muchas veces después de ponerme "tibia" de coger moras maduras, trepando por las ramas del amoroso árbol, que nunca se resistió al atraco infantil.
Los pinares, almendros, ciruelos y otros frutales se intercalaban con los viñedos y melonares, dando al paisaje un colorido digno del más espectacular de los lienzos.
Las aguas frescas del arroyo recomponían nuestros doloridos pies y los adecuaban para la caminata del retorno, que era a pie y por un sendero polvoriento.
Allí podíamos ver conejos que escondían en sus madrigueras, liebres que correteaban por el campo ,perdices escondidas entre los rastrojos y , en ocasiones, hasta algún jabalí.
Pero lo más llamativo por su abundancia eran los rebaños de ovejas y algunos más reducidos de cabras...
El queso, era un manjar cotidiano y junto con el chorizo, salchichón o jamón, merienda de cada día.
Los torreznos que eran almuerzo obligado de los trabajadores del campo, no eran santo de mi devoción, pero los "cueros" a los que ahora llamo cortezas, me privaban, recuerdo que mi abuelo se comía el tocino y me los guardaba, con el cariño y resignación propios de alguien que disfruta viendo feliz a sus pequeños.
Y no puedo acabar sin nombrar mi merienda preferida, la que superaba al pan con chocolate, la rebanada de pan con "arrope" no sé explicar cómo se hacía este delicioso néctar en el que podías encontrar frutos secos y un exquisito sabor de textura densa y aromática. Lo elaboraba mi abuela después de recoger el mosto.
De ella aprendí muchas cosas, la perdí demasiado pronto, a pesar de mi curiosidad no tuve tiempo para aprender sus recetas. Sus pastas rosquillas y dulces eran los mejores...
Tenía once años cuando mi abuela enfermó... y a los trece se nos fue... Pero nunca ha dejado de acompañarme, ni ella, ni sus recuerdos, consejos y sobre todo me inunda su ternura y amor.
TE QUIERO ABUELA 3 de Agosto 2012
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