Cuando los primeros hilos de luz se colaron por las
rendijas de la persiana Marta se despertó, entreabrió los ojos , con desgana
como si sus párpados se resistieran. Lentamente los volvió a entornar.
Inmisericorde, volvió a preguntarse,
como cada día, si merecía la pena levantarse…
Se deslizó sobre las tiernas sábanas y repasó mentalmente su afilado cuestionario.
-
Es pronto, musitó en silencio.
-
No hay prisas, se dijo.
Se oía el ruido de la gran ciudad que llegaba de fuera y su soledad sonora se hacía más presente.
Estaba sola en la algarabía de la vida.
Cuando consiguió las fuerzas necesarias para salir del sabor profundo del abandono que
disfrutaba. Realizó con espartana
desgana las tareas propias del aseo y se sentó a tomar su desayuno.
Un apetitoso día
parecía asomarse a la ventana, tras el cristal lo miró desganada. En la
mesa sobre un rancio tapete bordado a mano
cuando, tal vez, era demasiado
niña. Un perfumado vaso de zumo, la taza de café
con leche , unas rebanadas de pan dorado coronadas por unos restregones
carmesí y un chorrito olivaceo con una pizca de sal.
Cuando terminó su desayuno la desatenta realidad se apoderó de ella. Su cocina, antes siempre
atareada con olor a fiesta y
celebración, estaba insípida y callada. Los tarros de
especias no azafranaban las baldas, las cálidas ristras de pimientos no
bailaban la danza carmesí.
Muchas personas olvidan, tiran,
abandonan aquellos objetos que han
formado parte de su vida sin ni siquiera
darse cuenta de las relaciones sentimentales que se había establecido entre
ellos. Siguen adelante sin cargas, inventan su vida cada día.
Marta había ido acumulando a lo
largo de la vida un montón de cosas inútiles, tesoros secretos. Todo tipo de
objetos que la habían acompañado
durante su andadura, aquellas cosas que en su día le produjeron
esfuerzo, dolor, alegría … estaban allí
anclándole al pasado, recordándole que un
día tuvo una vida, una familia, que brilló, y fue feliz.
La simple existencia de esos objetos le recordaban su infancia, la reencontraban
con la persona amada, evocaba sus éxitos profesionales, recordaba su piel las dulces miradas de sus hijos y sus
aterciopelados besos, sus más remotos
recuerdos tintineaban en su
cabeza.
Miró las cajas con ojos duros y llorosos, con paciencia cansina fue sacando,
cajitas opalinas, cofrecillos
amaderados, carpetas añejas, recortes de prensa, carteles desteñidos…
Depositó con ternura un estuche nacarado sobre la
mesa, respiró como si fuera a hacer una inmersión submarina, y la abrió
torpemente. Con mano sedosa
fue sacando los accesorios:
Un pendiente de piedra azulona, un prendedor
que un día fue mariposa, el broche de madreperla que lució en una fiesta, los
botones de plata del traje de charra, dos horquillas con forma de libélula,
una cadenita
ennegrecida, el trozo de terciopelo bermellón que forraba un bolso muy
querido…
Con infinita ternura se fue
despidiendo de cada una de estas reliquias, como quien despide a un ser
querido, clavaba sus ojos en cada una de
las piezas y las seguía mirando mientras las depositaba en la bolsa. Sus pupilas
nadaban en un mar salino. Una lágrima peleaba por salir, Marta acalló sus lágrimas, trago saliva,
cerró los ojos y con autoridad mantuvo a
raya sus ganas, se recompuso, olió su
miedo y supo que tenía que seguir.
La carpeta trasnochada y con olor
antiguo, estaba cobijando los mejores recuerdos: el menú de la boda, las
vitolas de puro, fotos antiguas,las entrada a los museos, el plano de Mallorca,
los pasajes de avión ….
Necesitó ayuda, se estaba petrificando antes de
terminar el trabajo, se levantó, se dirigió al aparador y con avidez se sirvió
una copita de anís. ¿Cuánto tiempo hacia que no había abierto aquella licorera?
Cerró los ojos y se quedó vacía,
llena de nada.
Cuando le llego el turno a la
caja de los apuntes… La miró con los
ojos llenos, lloraba desde dentro del
alma, sentía una punzada en el pecho, algo le roía las entrañas, suspiró desde
el diafragma y retuvo el aire mientras pudo, espiró lentamente y con parsimonia
aprendida los fue dejando caer… ¿cuántas horas de estudio? ¡tánto trabajo
deshecho! , ¡Todo el saber desaprendido!
No podía más …
Cuando terminó, se descolgó hasta
el teléfono y marcó de memoria.
- Hija ya puedes venir a recoger las bolsas.
- Las dejo en la entrada, no me despiertes,
estaré acostada.