GUGENHEIM

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miércoles, 24 de abril de 2013

Al fondo de la mañana

Cuando los  primeros hilos de luz se colaron por las rendijas de la persiana Marta se despertó, entreabrió los ojos , con desgana como si sus párpados se resistieran. Lentamente los volvió a entornar. 
Inmisericorde,  volvió a preguntarse, como cada día, si merecía la pena levantarse… 

Se deslizó sobre las tiernas sábanas  y repasó mentalmente su afilado cuestionario.
-          Es pronto, musitó en silencio.
-          No hay prisas, se dijo.

Se oía el ruido de la gran ciudad que llegaba de fuera y su soledad sonora se hacía más presente. Estaba sola en la algarabía de la vida.

Cuando consiguió las fuerzas necesarias para salir del sabor profundo del abandono que disfrutaba. Realizó con espartana desgana las tareas propias del aseo y se sentó a tomar su desayuno.
Un apetitoso día parecía asomarse a la ventana, tras el cristal lo miró desganada. En la mesa  sobre un rancio tapete bordado a mano  cuando, tal vez,  era  demasiado  niña.  Un perfumado vaso de zumo, la taza de café con leche ,   unas rebanadas de  pan  dorado coronadas por unos restregones carmesí  y un chorrito olivaceo  con una pizca de sal.
Cuando terminó su desayuno la desatenta realidad se apoderó de ella.  Su cocina, antes siempre  atareada  con olor a fiesta y celebración,   estaba insípida y calladaLos  tarros de especias  no azafranaban  las  baldas, las cálidas ristras de pimientos no bailaban la danza carmesí.
Muchas personas olvidan, tiran, abandonan aquellos objetos  que han formado parte de su  vida sin ni siquiera darse cuenta de las relaciones sentimentales que se había establecido entre ellos. Siguen adelante sin cargas, inventan su vida cada día.
Marta había ido acumulando a lo largo de la vida un montón de cosas inútiles, tesoros secretos. Todo tipo de objetos que la habían  acompañado durante  su andadura,  aquellas cosas que en su día le produjeron esfuerzo, dolor, alegría  … estaban allí anclándole al pasado,  recordándole que un día tuvo una vida, una familia, que brilló, y fue feliz.
La  simple existencia de esos objetos  le recordaban su infancia, la reencontraban con la persona amada, evocaba sus éxitos profesionales, recordaba  su piel las dulces miradas de sus hijos y sus aterciopelados besos,  sus más remotos recuerdos   tintineaban en su cabeza.         
Miró las cajas con ojos duros y llorosos, con paciencia cansina fue sacando,  cajitas opalinas, cofrecillos amaderados, carpetas añejas, recortes de prensa, carteles desteñidos…
Depositó  con ternura un estuche nacarado sobre la mesa, respiró como si fuera a hacer una inmersión submarina, y  la abrió  torpemente. Con mano sedosa fue sacando los accesorios:
 Un pendiente de piedra azulona, un prendedor que un día fue mariposa, el broche de madreperla que lució en una fiesta, los botones de plata del traje de charra, dos horquillas con forma de libélula, una  cadenita ennegrecida, el trozo de terciopelo bermellón que forraba un bolso muy querido…
Con infinita ternura se fue despidiendo de cada una de estas reliquias, como quien despide a un ser querido, clavaba sus  ojos en cada una de las piezas y las seguía mirando mientras las depositaba en la bolsa. Sus pupilas nadaban en un mar salino. Una lágrima peleaba por salir, Marta acalló sus lágrimas, trago saliva, cerró  los ojos y con autoridad mantuvo a raya sus ganas, se recompuso, olió su miedo y  supo que tenía que seguir.
La carpeta trasnochada y con olor antiguo, estaba cobijando los mejores recuerdos: el menú de la boda, las vitolas de puro, fotos antiguas,las entrada a los museos, el plano de Mallorca, los pasajes de avión ….
Necesitó  ayuda, se estaba petrificando antes de terminar el trabajo, se levantó, se dirigió al aparador y con avidez se sirvió una copita de anís. ¿Cuánto tiempo hacia que no había abierto aquella licorera?
Cerró los ojos y se quedó vacía, llena de nada.
Cuando le llego el turno a la caja de los apuntes…  La miró con los ojos llenos, lloraba  desde dentro del alma, sentía una punzada en el pecho, algo le roía las entrañas, suspiró desde el diafragma y retuvo el aire mientras pudo, espiró lentamente y con parsimonia aprendida los fue dejando caer… ¿cuántas horas de estudio? ¡tánto trabajo deshecho! , ¡Todo el saber desaprendido!
No podía más …
Cuando terminó, se descolgó hasta el teléfono y marcó de memoria.
-    Hija ya puedes venir a recoger las bolsas.
-    Las dejo en la entrada, no me despiertes, estaré acostada.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  


1 comentario:

  1. ¡ Cuánto dolor encierra este relato!
    Cada palabra, cual bisturí, va sajando la parte de la herida que impide seguir. Sin anestesia, en vivo, con premeditación, con dolor, pero con la premura y precisión del que necesita seguir respirando. Un abrazo.

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