GUGENHEIM

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martes, 19 de marzo de 2013

Ibiza

La isla de Ibiza sorprende, atrapa y cautiva los sentidos.

Desde el avión parece un tapete de terciopelo verde colocado sobre la superficie azul del un mar tranquilo y suave. Pero si hay un color que predomine en la isla es el blanco, que lo llena todo, la luz los tonos nacarados del cielo y el mar, las casas, iglesias, edificios, todo es blanco en Ibiza. La isla es hermosa, su naturaleza es intensa y armónica en playas y pueblos, contrasta entre lo tradicional del interior y lo moderno de la zona costera.

El mar, en calma, es atigrado de azules oscuros, verdosos y turquesas, la brisa huele a sal y sabe a limón y naranja de los muchos que salpican los verdes campos de cualquier lugar incluso los cercanos al mar. Además hay pinos, olivos y palmeras por aquí y por allá. Los pequeños bosques de pinos que dan nombre a la isla pitiusa están por todas partes incluso al borde del mar. Es frecuente ver como en la costa este el viento del mar doblega los árboles hasta inclinarlos en sutil reverencia hacia la tierra, de igual manera es fácil observar la costa erosionada por debajo del suelo que nos soporta, este detalle me resultaba altamente sorpresivo, la roca adquiere caprichosas formas en la tierra roja y en las rocas y acantilados de la isla.

Mirar los campos de naranjas y limones es un espectáculo muy atractivo a los ojos de los que no estamos habituados, redondos, bajitos y cargados de jugosos limones y sabrosas naranjas parece que sus ramas no puedan soportar el excesivo peso de los coloridos frutos.
Las palmeras están por todas partes, son protagonistas de plazas y paseos, invitadas de honor en casas y recintos hoteleros, siempre bellas, elegantes, erguidas, como queriendo tocar el cielo en su altivez; en contraste podemos encontrar salpicados por doquier los retorcidos y arraigados olivos, pegados a la tierra hundiendo sus raíces en ella y extendiendo sus ramas protectoras como si con sus brazos quisieran  abarcar la tierra y se negaran a crecer.
Las aguas del Mediterráneo que baña la isla, está salpicada de pequeños islotes, situados frente a la costa y la confusión de siluetas, que la brisa marina y la distancia producen, un universo de magia y contradicciones, el más singular es el islote de “Es Vedrá”, situado en el Sur Oeste de la isla, su mágica silueta se eleva sobre las aguas azules, en la tarde, en la puesta de sol, una luz rosácea ilumina el horizonte y sobre el perfil de la costa se adivina un personaje de rostro arrugado, enigmático y seductor que según la tradición aporta paz y serenidad a quien lo contempla. 
La reducida extensión de la isla permite recorrerla sin realizar grandes desplazamientos, la paz de los bosques y el sereno interior del campo con su tierra roja y fértil encierran el sentimiento más profundo de la isla.
Los colores del cielo y el mar se funden en la isla, la Bahía de Ibiza se muestra multicolor, los barcos sobre el puerto escriben mil historias de idas y venidas alrededor de la isla; el faro de Botafoc, a la entrada del puerto, es el punto más indicado para contemplar el Dalt Villa, en él púnicos, fenicios, árabes y cristianos han dejado sus huellas y en sus calles plazas y paredes han escrito su historia; sus murallas, el castillo y la Catedral se perfilan en el cielo, la piedra hierática se yergue sobre el Soto. La ciudad se abre al norte con sus casas colgadas sobre la ladera, como un anfiteatro de muros y calles, los palacios y casas ascienden escalonadamente a lo largo de la montaña como incrustadas en ella.
La plaza de la Catedral, arriba, en lo alto, pequeña e irregular acoge a la ahora llamada Catedral, a mí me pareció más una torre fortaleza, sin apenas ventanas y con aspecto robusto e inexpugnable. Anteriormente fue una mezquita construida sobre un templo romano que a su vez ocupó el lugar de un antiguo templo fenicio.

Un laberinto de callejuelas irregulares y escalonadas se desparraman ladera abajo entremezclando cuestas y escaleras en un ordenado caos de piedra y cal.
Abajo, en la zona portuaria y comercial una multicolor barriada de tiendas, locales y puestos pone la nota pintoresca a la zona festiva de las noches de verano.
Curiosamente, todos los pueblos de Ibiza tienen nombre de Santos, excepto la capital, Ibiza y otro pueblo llamado Jesús.
Santa Eulalia está situada en la costa este, a unos 20 Km al norte de la capital.
La mayor atracción es un precioso paseo paralelo a la costa, flanqueado por palmeras que comienza en un lujoso puerto deportivo pleno de yates y termina con la desembocadura del único río de las islas Baleares. El trazado del río, que da nombre a la isla, produce una hendidura verde en el paisaje que da identidad a la villa, a ambas orillas tiene una zona de sombra y paseo muy apropiadas para hacer senderismo y poder contemplar el puente romano que se conserva en perfectas condiciones. El pueblo está presidido por la colina del Puig de Missa cuya iglesia encalada con su cúpula redonda y torreón fortificado se puede contemplar desde casi todos los rincones del municipio. El mar da sentido a este precioso pueblo, pero además posee una red de rutas y paseos que entretejen diferentes itinerarios para disfrutar de pinares y zonas interiores por eso a este pueblo se le conoce como el pueblo tranquilo. A la hora quieta del crepúsculo se pueden contemplar unos atardeceres que despiertan los sentidos. 
El Canar es un pueblo pequeñito con una bahía preciosa, las he visto más grandes, más bonitas, mejor cuidadas, pero ésta me resultó muy coqueta y con mucho encanto, sentada delante de ella en un pequeño chiringuito, se podía ver el reflejo plateado, nacarado del mar que se funde con el amplio horizonte azul del cielo. El mar está en calma, una suave brisa riza la superficie y dibuja, con el reflejo del sol, una escena que semeja mil estrellas que, caídas de cielo, se bañan en los rizos del agua con brillantes destellos.
El mar acaricia la arena con la ternura propia de un amante, las gaviotas revolotean juguetonas, despegan y planean exhibiendo su majestuosa habilidad y de improviso caen en picado, se sumergen y aparecen de nuevo con su trofeo en el pico, el sol calienta la piel que recibe agradecida los primeros rayos de sol, después del largo invierno. 
El mercadillo de “Las Dalias” con sus más de 25 años de existencia, es el más vivo recuerdo de las reminiscencias de los hippies en la isla. Allí un buen número de artesanos exponen sus creaciones y en un ambiente distendido y agradable, envueltos en el aroma de incienso y el sonido de la música, se puede comprar, mirar o tomar un café. 
Ibíza merece una visita, e incluso una segunda para descubrir nuevos itinerarios.

 M.I.C    











1 comentario:

  1. Preciosa y muy completa descripción de la isla. Al leerla parece que te estas paseándote por los diferentes escenarios que describes. Me ha encantado y ya tengo un lugar más que visitar, la linda isla pitiusa.

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